top of page
  • Foto del escritorCarmen San Antón Pedernales

El viaje de remigio. (CONTINUACIÓN DE "una MIRADA INDISCRETA")

"(...) Una mirada indiscreta, relata las vivencias de un vagabundo en un pueblo pesquero vasco, contadas por el mismo, en un diario manuscrito y (corregido) hallado en la residencia de las H. de los Pobres de Bilbao. Es este diario, el que escucha teatralizado en la radio, el amigo del vagabundo escribidor.

(...) (SAN ANTÓN, 2021)




Remigio estaba paralizado, sorprendido, mirando en torno suyo. No entendía que nadie más estuviera así después de lo que acababa de escuchar en la radio. Lo había oído todo muy claro, habían dicho tres veces su nombre y el nombre del pueblo, una vez. Suficiente para saber que era él. Estaba en la plaza mayor, en su puesto, escuchando su transistor y la locutora dedicaba el programa a la pobreza y la marginalidad, que decía, era muy numerosa. Para amenizar el engorroso tema, su compañero de programa, empezó a leer el diario de un vagabundo, con música de fondo. Él escuchaba, distraído hasta que oyó en la radiofónica voz: Mi amigo Remigio que es el pobre oficial de Muelas de los Caballeros, Zamora....Dio un respingo, ese era él. Dos veces más le habían nombrado. !Coño!, coño! y !coño!. El vagabundo era su amigo Antonio Santa María Santa Eufemia, alias Antonio Santa o también, El Santa.

Todo seguía igual en el pueblo, ¿ es que no oían la radio, coño?. Se acercó al quiosco de Tomasa que siempre tenía la radio puesta.

Tomasa, dijo, hoy me han nombrado en la radio tres veces, ¿no lo has oído?.

!Qué habrás hecho!, !A mí no me metas en líos, que bastante tengo!.

No se puede hablar con Tomasa, siempre piensa mal de todo y todos.

Alguien ha tenido que oírlo. Ya sé, Fausto, el ciego, como no ve, siempre esta con la radio.

¿Fausto, has oído hoy Radio Zamora a eso de las 11?, le pregunté, aportando más datos. Si, dijo. ¿Por qué?. Porque me han nombrado y al pueblo, también. Han leído un libro que escribió Antonio Santa, amigo mío y me nombra: Mi amigo Remigio dice tres veces.

¿No te habrá tocado algo en una rifa?. Yo, como tu, iría a la radio a enterarme, no sea que tengas algún regalo y lo pierdas por no ir.

Fausto, como vende cupones, cree en la suerte, cree que la vida es un sorteo. Yo siempre le doy la razón, menos esta vez. Me enfadé con él por tener la radio encendida y no escuchar. Ya lo decía El Santa, nadie escucha a nadie, !coño!.

Pues..... cuando estuve en la cárcel, bien que se enteraron todos, se enteró hasta una prima que tengo en París. Cuando salí, todos me decían, !Que gordo estas Remigio!, !se vive bien en la cárcel ¿no? Sí, mejor que en un hotel, mi habitación se ha quedado libre para ti, contestaba yo, para que me dejaran en paz. Todos se reían, Remigio, Remigio, a ver si sientas la cabeza. Por eso, oigo la radio, si algún pelma me habla, me hago el concentrado y pongo cara de escuchar el transistor.

Ya sé, iría a hablar con el alcalde, le contaría toda la historia, y le pediría ayuda para hacernos con el diario, a fin de cuentas, venía el nombre del pueblo y quizá más cosas, Antonio Santa valía mucho y era muy leído, no como yo, que soy casi analfabeto.

El alcalde me recibió, !que remedio!, me escuchó, me prometió que miraría lo del asilo de Bilbao, pero, que le diera tiempo, había mucho que hacer y esas cosa tardaban mucho, incluso, años.

Toma, Remigio, 50 pesetas, de mi bolsillo, no del Ayuntamiento, para que celebres tan buena noticia.

!Coño! Empezaba bien la mañana.

Remigio no era tonto, el alcalde se lo había sacado de encima con lo que más necesitaba, el dinero. Por eso era el alcalde, siempre decía a todo el mundo lo que quería oír, él lo sabía, le visitaba de cuando en cuando y siempre sacaba algo. Un buen hombre.

Tenía 50 pesetas, se sentía como nunca, iría a buscar el diario de Antonio, estaba poseído por una misión, se lo debía al Santa, volvió a escuchar, como si le hablara una voz: Mi amigo Remigio dice...Había escrito Remigio tres veces. Unos lagrimones corrieron por su mejilla, hacía mucho, mucho, que no lloraba.

Sintió que Antonio le había hablado desde la radio, iría a por el diario y lo guardaría él, lo donaría a la escuela en memoria de Antonio Santa María Santa Eufemia, él estaría contento, le gustaban mucho los libros y él sería un libro, un libro de aventuras con su nombre puesto en el lomo.

Fue a la estación, cogió un autobús hasta Zamora, buscó la emisora de radio y solicitó una entrevista con la locutora de la mañana. Le dieron largas, pero Remigio estaba poseído por su misión. Se quedó en la puerta, durmió allí y por la mañana se puso a pedir.

No había manera de hacerle entrar en razón y por fin, le recibió un muchacho de lo más pinturero, tu no eres la locutora, dijo Remigio, con razón. No, dijo él, con su mejor sonrisa, soy el productor. Puede hablar conmigo y yo transmitiré su valiosa información al equipo directivo. Hable usted, caballero.

Remigio habló, mientras el productor le escuchaba con cara de interés.

Vaya, vaya, es una información interesante, Don Remigio León Sardiana, dijo leyendo una nota que tenía en la mesa, tiene usted unos apellidos muy sonoros, añadió sonriendo.

Si, y a veces soy león y otras veces, sardina. Ahora soy sardina, dijo deseando ser agradable, este chiste le solía funcionar con la gente.

Miró su reloj, mire Don Remigio, estas 100 pesetas se las regala la emisora por su información y molestias, dijo, colocando el billete en la mesa, coja el autobús para su pueblo. Ya le avisaremos, esté usted tranquilo, en cuanto tengamos el diario, se lo haremos saber. Y gracias por ser un oyente tan atento de Radio Zamora.

Remigio miró el billete y se lo metió en el bolsillo. Casi ni se despidió, el productor se quedó satisfecho, !pobre infeliz! pensó.

Remigio estaba anonadado, cada vez que hablaba del diario le daban dinero. Lo del alcalde tenía lógica, pero lo de la radio era sospechoso. Le habían dado 100 pesetas, ¿Querían comprarle? Incluso el alcalde era sospechoso, nunca le había dado tanto, 5 o 10 pesetas de vez en cuando, pero 50 pesetas...Se quedó pensativo.

Iría a Bilbao a buscar a la monja y el diario, ni el alcalde ni Radio Zamora podrían con él.

Sería león, rugiría hasta que tuviera el diario, se lo había pedido Antonio a través de la radio, a él, a Remigio, por eso había escrito tres veces su nombre.

Subió al autobús, excitadísimo, ya no le gustaba viajar, había recorrido caminos junto a Antonio Santa y otros, pero él, era de plaza fija, de no salir del pueblo y su comarca. Con el transistor y los chismes del vecindario, tenía suficiente.

Llegó a Bilbao, preguntando y a la vez pidiendo, llamó a la puerta de las Hermanitas de los Pobres. Ante su verborrea y sin saber que hacer con él, pidieron socorro a la Madre Superiora. A Remigio le daba igual, como si le pasaban con el obispo.

Lo explicó todo de nuevo, la Madre Superiora le escucho con caridad cristiana y le dijo, sacando un cuestionario: Bebe usted, Remigio?. Sí, como todo el mundo. Fuma usted, Remigio?. Sí, como todo el mundo. Toma usted sustancias estupefacientes?. Sí, como todo el mundo.

Vaya, vaya con Remigio, ¿Se cree usted igual que todo el mundo?.

Se quedó de piedra, no lo había pensado nunca y permaneció en silencio, por si acaso.

La Madre le miró complacida. No se preocupe Remigio, todos somos iguales a los ojos de Dios Nuestro Señor y merecedores de su infinita misericordia. Vale, dijo, si es así...

Tenga fe, encontraremos su diario, pero ahora tiene que descansar de tan largo viaje, le atenderá la Hermana Begoña, dijo tocando un timbre.

Pasó varios días engatusado por la monjas, estaba dispuesto a sacrificarse por el diario; añoraba la plaza y el transistor. Tuvo momentos de euforia, comparado con los compañeros internos, parecía Alain Delon. Allí terminaba la gente sus días cuando estaban ya hechos un guiñapo y y él no había ido allí a eso, sino a coger el diario.

Le entró una rabia tremenda cuando se dio cuenta de la jugada de las monjas, las pastillas que le daban le dejaban tan atontado como al resto del personal. No iba a tomarlas, no eran para la tensión y el azúcar.

Si rabia y excitación aumentaban cada minuto, pero¿ qué hacer?, pues...llamar la atención de quien fuera y como fuera. Tenía tanta rabia que no tenía que esforzarme, si no controlarse, tenía ganas de pegar a la Madre Superiora y lo hubiera hecho si no es porque conocía la cárcel y no quería volver.

En el desayuno, le ha arrancado la toca a la hermana que servía y se la ha colocado en su cabeza. El alboroto y el alborozo han sido totales, la reprimenda, también.

Voy a seguir por ahí hasta que me den el diario, la radio lo dijo muy claro, una monja lo había guardado y entregado a quién sea y lo habían leído en la radio con música de fondo, diciendo que no sabían de quien era, se decía hablando consigo mismo, pero él sí sabía y nadie le escucha, !coño!.

Esto no quedaría así, a él no le toreaba nadie y menos, una cuadrilla de monjas.

Empezó una huelga de hambre, pensó que no le costaría mucho después de todo lo que había pasado en la vida, pero sí cuesta, sí. Su plan era comer a escondidas, poco, pero comer, pero la madre superiora, le tenía "calado", se hizo con un compinche medio lelo y callado que le pasaba algo de comida y agua para no morir. Les pillaron a los dos y siguieron el alboroto, el alborozo y las reprimendas.

!Coño! consigo lo contrario, se dijo, las monjas y los viejos están cada vez más animados, les brillan los ojos e intentan adivinar cual será mi próxima actuación. Tenía que asustarles de verdad para que le dieran el diario y le dejaran marchar a si pueblo.

Se pintó unas ojeras con betún negro y también las uñas de los dedos así como los dientes. Esperó a que estuvieran sentados y subiéndose a una mesa, !gritó! y !gritó!, enseñando sus negros dientes que !o me dan el diario y razones de él! o! me suicidaba allí mismo con el cristal que sujetaba mi mano!. Hubo alboroto, pero no alborozo ni reprimenda.

Les había asustado muchísimo, le dieron una pastilla y a dormir.

Ha empezado un calvario de entrevistas con el médico, el cura de la residencia, una monja psicóloga y la madre superiora. Actuaba lo mejor que sabía, ha dicho varias veces que se suicidará si no cumple con si obligación de "compadre del camino", un juramento secreto entre vagabundos y mendigos. Era una cuestión de honor y no podría descansar hasta cumplir su palabra. Tenía muchas historias que contar, ésta, que le gusta mucho, es buena para el momento. El mismo cree en su suicidio, ya soy mayor y de alguna manera hay que irse, se decía. Tenía la costumbre de hablar solo.

Les ha conmovido, sobre todo a la hermana psicóloga. Aquí sigue, esperando si da resultado el plan.

Hoy le ha llamado la Superiora y le ha hecho sentar, le ha dado un vaso de coñac y le ha dicho, Remigio vuelve usted a su pueblo, estará contento, ¿no? Y se va usted con el diario de Antonio Santa , entregándole una carpeta donde ponía DIARIO con letras grandes. Bebió el coñac de un trago. Lo tenemos todo organizado, vuelva a su pueblo y descanse entre su gente. Ya ha cumplido su misión y su honor esta a salvo.

Le acompañaron al autobús, no reaccionó hasta tiempo después cuando vio los campos de Valladolid y tomó cuenta de que era verdad. Que no estaba alucinado, estaba tranquilo. No se atrevía a abrir la carpeta que ponía DIARIO en grandes letras.

En Zamora, le esperaba el alcalde para llevarle al pueblo. Después de recibir la llamada de la madre superiora, el alcalde sí que estaba alucinado, era lo último que esperaba, hacía tiempo que no veía a Remigio, pero era un mendigo y recordaba que no le volvió a ver después de que le diera la 50 pesetas, para quitárselo de encima. Era muy pesado cuando se lo proponía.

No hablaron en todo el trayecto, el alcalde conducía intentando asimilar la llamada de las monjas. Remigio le había sorprendido, había ido a Bilbao con las 50 pesetas, nunca lo hubiera pensado y volvía con el diario. Era de no creer. En sus años de alcalde, que eran muchos, no había visto nada igual.

Entraron en el Ayuntamiento, siéntate y espera que voy a ver lo que hay dentro de la carpeta, dijo el alcalde entrando en su despacho.

Abrió la carpeta con recelo, no quería problemas ni para él ni para el pueblo.

Vio un montón de hojas escritas con bolígrafo azul grapadas en una esquina, sobre ellas estaba una carta dirigida a él.


A/A Sr. Alcalde del Excelentísimo Ayuntamiento de Muelas de los Caballeros (Zamora).

Estimado Sr. Alcalde:

Tal como le expresé en nuestra breve conversación telefónica, voy a relatarle tal como acontecieron los hechos que nos incumben a ambos, a Ud. como político y a mi como religiosa directora de una congregación.

Su vecino Remigio, llamó a nuestra puerta hace poco menos de un mes totalmente fuera de sí, reclamando un diario que había escrito un amigo suyo y que, decía él, se había quedado en nuestra residencia a cargo de una monja, que lo había prestado a una emisora para que lo leyeran por las ondas, en un programa sobre marginalidad y pobreza.

Exigía con vehemencia y también, cierta agresividad, que se lo devolviéramos para donarlo a la escuela de su municipio.

Comprenderá Ud. que hemos visto muchos casos de personas con enajenación mental y trastornos de diverso tipo.

Remigio nos pareció un caso especial desde el primer día, no es habitual que nadie llegue a nosotras solicitando un diario para donarlo a la escuela de un pueblo zamorano.

Decidimos someterlo a nuestros test y entrevistas con nuestro equipo habitual y hemos decidido lo siguiente:

El Sr. Remigio León Sardina está perfectamente capacitado para seguir con su vida habitual, con la única salvedad de su obsesión por el diario de su amigo.

Hemos revisado nuestros archivos y efectivamente, en esta residencia vivió unos meses y descansó en la paz del Señor, el 14 de abril de 1977, Don Antonio Santa María Santa Eufemia. Desconocemos si tenía un diario o no. Nuestro médico es de la opinión de que el diario es producto de la mente desquiciada de Remigio. Nuestro capellán, no se pronuncia, dado que el sujeto se negó a recibir el sacramento de la confesión, aduciendo que ya había pagado por sus pecados y nuestra psicóloga, la Hermana Modesta, licenciada por la Universidad de Deusto, cree en la existencia de dicho documento e incluso, tiene una teoría de lo que sucedió. Yo, no sé que pensar.

Sería fácil confirmar el programa donde se leyó dicho diario, llamando a Radio Zamora.

No hemos realizado esta investigación pues excede a nuestras obligaciones. Queda a su arbitrio realizar esta comprobación.

Por el bien de todos, hemos tomado una decisión, si a Ud. le place.

Dígale Ud. a Remigio que el diario esta en la carpeta, enséñele las hojas manuscritas, como sabe, es un analfabeto funcional y le creerá. Guárdelo en una caja fuerte delante de él y dígale que lo encuadernará, restaurará, y lo entregará a la escuela lo antes posible.

Remigio, nuestra residencia y su municipio volverán a la tranquilidad de los quehaceres diarios. De ninguna manera, queremos volver a ver a su convecino por aquí buscando su diario. En tal caso, denunciaríamos a su Ayuntamiento por dejación de responsabilidades ante un ciudadano menesteroso. Tenemos la absoluta seguridad de que resolverá este pequeño problema con la solvencia que su municipio merece.

Deseando una satisfactoria resolución, salud y prosperidad para Ud., su familia y municipio, le saluda atentamente.


Hermana Josefa Cabezudo.

Madre Superiora.

Congregación de las Hermanitas de los Pobres.

Bilbao, a 26 de abril de 1.980


El alcalde seguía alucinado, no le gustaba la literatura ni las fantasías, él era un hombre práctico y serio, un agricultor como lo fueron su padre y el padre de su padre, dedicado a su campo y a las últimas novedades agropecuarias.

Su tema de conversación era el tiempo y la cosecha de cereales y quería seguir así, mientras pudiera.

Salió del despacho, allí seguía Remigio esperándole.

Entra, dijo, dirigiéndose al despacho, he leído la carta de la residencia, este es el diario, señaló la carpeta , lo vamos a guardar en el Ayuntamiento hasta que lo entreguemos a la escuela. Ya puedes volver tranquilo a tu casa, misión cumplida.

Intentó sonreír y le dio una palmada en el hombro a Remigio mientras le acompañaba fuera del ayuntamiento.

Remigio no dijo nada, miró al alcalde con satisfacción y un halo de superioridad.

Se dirigió a la plaza, permanecería atento al transistor y Radio Zamora, no sea que Antonio volviera a comunicarse con él. El diario estaba a salvo, él se encargaría de recordarle al alcalde su promesa. !vaya sí lo haría! .No descansaría hasta ver el libro en la escuela, tenía otra misión, vigilaría al alcalde hasta que cumpliera y si no..., se enterarían de quien era él.

Recordó un programa que había oído y le había gustado mucho, no lo había entendido

muy bien, a él le habían enseñado sobre el cielo y el infierno, pero le había alegrado lo de volver y ser otro, pero el mismo.

Si vuelvo a la tierra reencarnado, se dijo, estudiaré y seré alcalde.

!Valgo como el que más! y se puso a pedir, ya estudiaría en la próxima vida.




73 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

UN CUENTO CHINO.

Erase una vez una joven mujer casada que no soportaba a su suegra con la que compartía la casa familiar. La situación empeoraba cada día...

Comments


bottom of page