Ha estado fuera de casa una semana. Al volver, parece otro. Cuando nos acostamos, me ha acariciado con mucha ternura. Me ha dicho que no volverá a atormentarme con lo de mis ronquidos, y me ha extrañado que ahora se le ocurra esa idea. Desde que nos casamos- será más exacto decir desde un par de años después de habernos casado- suele despertarme, zarandeándome, varias veces cada noche: "ya estás roncando otra vez, roncando como una bestia; qué pena que no puedas oírte". Y yo jamás hice otra cosa que pedirle perdón. Muchas veces me echaba a llorar, lo que servía para irritarlo más aún: "cállate ya: primero ronquidos y ahora lloros. ¿Es que no voy a poder dormir tranquilo?". Así una y otra noche, desde hace cinco años. Y yo nunca me quejaba, solo le pedía perdón. Hasta fui al médico, a ver si eso de los ronquidos tenía algún remedio, y me dijo que no.
Ahora, esta noche, me ha acariciado, me ha pedido perdón, me ha dicho que soy una santa y él un bruto. Y que nunca se perdonará haberme hecho sufrir tantas y tantas noches. El viaje lo ha cambiado extrañamente. Ha estado fuera una semana, en no sé que congreso al que asistió por cuenta de su empresa. "Por lo menos- dijo al marcharse- estaré una semana sin escuchar tu orquesta. Dormiré a pierna suelta". Eso es lo que me dijo. Y ahora, al volver, me pide perdón por todo lo que me ha hecho sufrir. Y por todo lo que he callado. "Porque tú-me dice- podías haberme dicho que yo ronco también, no sé si tan escandalosamente como tú, pero ronco toda la noche". Es cierto que ronca. Y que nunca se lo dije para no humillarlo. Pero ahora él sabe que ronca y me pide perdón y todo se ha arreglado. Y me abraza, y me dice que soy una santa y él un miserable.
Todo ha cambiado, ya lo dije, a la vuelta de su viaje. Estuvo en un congreso en Palma de Mallorca, viene más moreno, más alegre y hermoso, más tierno.
Nunca le preguntaré quién le ha dicho que ronca.
José Hierro, en M.I. Carnicero (y otros),
Prosa hispánica contemporánea, Vicens Vives.
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