En El País Semanal del domingo 12 de febrero de 2023 en su sección La imagen, Juan José Millás, comenta una fotografía de dos mujeres, una cajera y otra, consumidora, que se ríen y se miran con afecto mientras una da la nota de la compra a la otra en un supermercado vacío. Por encima de ellas se lee un cartel que dice KLETS KASSA, caja lenta, y es una idea de una gran superficie, colocar una fila de cajas lentas, y parece que funciona con éxito.
Con su habitual maestría y humor, Millás termina su artículo con una recomendación: que debemos dar a las cosas y al tiempo el valor que les corresponde.
Lo curioso es que la foto no tiene nada de especial, son dos señoras que podrían ser de Granada, París o Burgos perfectamente, incluso la redecilla con las naranjas es idéntica a la que compro en mi pueblo. Lo único que llama mi atención es que ponga KLETS KASSA, pues parece un caja como todas, en un supermercado como todos y con dos señoras como muchas mujeres de Europa y América. Todo es corriente y familiar, incluso ellas me parecen conocidas.
La imagen me ha hecho recordar la fuerza de la palabra, la escritura en este caso, no hay nada especial en ese lugar, pero ese letrero lo cambia todo.
Viendo la fotografía, parece que las cajas lentas tienen que ser rápidas, no hay nadie más utilizando el servicio, con lo cual he pensado que quien quiera una caja rápida debería ir a esa y si muchos "rápidos" van, dejará de ser lenta y así se cumplirá el destino del ser humano: buscando la lentitud y el sosiego en el campo, una playa, un museo, un barrio, una tasca,...se encontrará con miles de personas buscando lo mismo en el mismo sitio. Tengo una amiga que dice que si descubres un lugar que te gusta, no lo debes decir.
Lo mismo, el día que vea una caja lenta, no se lo digo a nadie, no quiero que se vuelva rápida.
Pero, lo que quería contar es que hace poco tiempo me vi envuelta en una discusión con una cajera en una caja de supermercado, una caja lenta, por supuesto.
Todo empezó cuando la cajera, una mujer joven propietaria del establecimiento, comentó con voz fuerte y decidida que " antes se vivía mejor que ahora" y que "antes la gente era mejor y más feliz" y " ahora todo estaba hecho una pena, la juventud, el trabajo, la familia, etc.". Siguió con su cháchara dale que te pego mientras intervenían algunos clientes que le daban la razón. Es lo que tiene la vida lenta, una tiene tiempo para todo, hasta para las tonterías más tontas.
Olvidando la vieja recomendación de que " Nunca discutas estupideces pues los que las dicen tienen mucha práctica y te ganarán siempre llevándote a su terreno" , intervine en la conversación (no tengo remedio) poniendo en duda lo que decía la cajera e intentando explicarle todo lo que habíamos avanzado en derechos, bienestar, etc. respecto a ese tiempo que ella llamaba "antes".
La conversación iba de mal en peor y corría el peligro de terminar en enfado o por lo menos, se estaba gestando un mal rollo innecesario entre ella y yo ante la mirada divertida de la clientela.
Tengo una facilidad tremenda para meterme en charcos, por eso he desarrollado la capacidad para salir de ellos: viendo que aquello iba fatal y para colmo, una señora avanzaba hacia la caja dispuesta a entrar en la discusión, dije: !Basta, vamos a darnos un abrazo! mientras abría mis brazos y me dirigía hacia ella. Nos abrazamos y nos dimos un par de besos en la mejilla. Ella me miró sonriendo y exclamo:
!Pero que tontas somos! . Las dos estábamos totalmente de acuerdo.
El "truco" del abrazo lo aprendí hace años de manos de un profesor que vino a dar una conferencia en la Escuela donde yo trabajaba. No recuerdo ni el tema ni le recuerdo a él, sí sé que habló de México e hizo unas afirmaciones que a mí me parecieron muy desafortunadas.
Al terminar la charla, fui a saludarle y de paso, le comenté mi desacuerdo con una idea que había expresado y me había molestado personalmente.
El conferenciante me escuchó y ante mi sorpresa dijo: !Dame un abrazo!, no sé si dijo algo más, pero sí recuerdo que me desarmó totalmente y que consciente o inconscientemente lo utilizo siempre que puedo.
No es ninguna receta mágica para terminar con un desencuentro, no soy tan ingenua, pero sí funciona en los pequeños altercados de la vida, sobre todo, cuando la verborrea y el ego nos traicionan y podemos decir riéndonos:
!Pero que tontas somos!.
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