La ciudad reposa lánguidamente desde hace 400 años, es una venerable anciana con una salud tan fuerte como el granito, empobrecida, pero digna y decorosa, gracias a sus pasados esplendores. De vez en cuando se lava la cara y se maquilla para atraer a sus admiradores. Han ido apareciendo lentamente en los últimos 100 años, en su larga vida de más de 1000. Es muy agradable, eruditos, viajeros, fotógrafos, pintores, escritores...se interesan por ella y su esplendida decadencia.
Bien es cierto, que le abandonan pronto, dejándole en una soñolienta espera, pero siempre, vuelven como las cigüeñas, a veces tardan mucho, pero no es su deseo, la culpa la tienen las interferencias desagradables de la vida, la última ha sido reciente y todavía son bien visibles sus cicatrices.
Un poco tristona y apagada está, sobre todo en algunas épocas del año, ya se sabe lo que pasa con las viejas, los jóvenes lo saben todo y te abandonan por una más joven. Pero, todavía tengo posibles, se dijo ante el espejo, si vieras como están otras que lo fueron todo en su juventud, amigas y enemigas mías...! Qué mal envejecer! No saben arreglase, ni tienen artistas que les canten, pero yo sí, se dijo en silencio, a la vez satisfecha y preocupada, la competencia es dura, se oye hablar de ciudades maravillosas en el agua, en desiertos, en islas,...Ella estaba bien asentada sobre una roca de granito, en lo alto, para mirar de arriba a abajo, como debe ser. Nadie la movería de allí.
La ciudad seguía disfrutando de su pasado, la herencia era grande y difícil de gestionar, pero, sobre todo, ella tenía su “corsé”, la muralla. El “corsé” de la ciudad era espléndido, bien construido, guardaba y moldeaba su talle, le hacía esbelta y recogida, fuerte y bien cuidada, le quitaba años, todo el mundo admiraba lo bien que se conservaba dentro de su “corsé”. Parece mentira, decían los viajeros, ¡Que bien conservada esta! Y la muralla?, parece que la hicieron ayer. Otras ciudades la habían derrumbado, hacía muchos años que no estaba de moda, incluso, era mala para la salud, para la economía, para crecer, no servía de nada. Pero, ella, como una vieja dama victoriana, la había conservado, bien es cierto, que en contra de su voluntad, ella también quiso ser moderna y desprenderse de semejante construcción, pero, ahora, se alegraba. Tenía algo que pocas tenían y sería su arma de seducción.
Los niños jugaban en torno a ella, corrían por aquí y por allá, aunque, empezaba tímidamente a cambiar la vida. Había señales, como un aparato que había llegado a algunas casas, se llamaba televisión, pero era en blanco y negro y todavía la calle era mejor, la calle estaba llena de color y olor. En realidad, la ciudad se había congelado en el tiempo y la Edad Media seguía muy presente, barnizada con un ligera pátina de “algo” parecido a la modernidad. Todo era rural, los niños jugaban en el rio, cogían lagartijas, las niñas a la comba, a los cromos, a las muñecas...
Los tres amigos se encontraron, como todos los días, en su rincón secreto. La tarde anterior, habían corrido una aventura y estaban muy excitados, habían pasado “miedo”, pero ¡que emoción!. Atropelladamente, se contaban unos a otros cómo habían llegado a casa y recordaban entre risas, exagerando, gesticulando, la tarde anterior: Habían saltado un muro de piedra, lo habían hecho varias veces, para entrar en un huerto a coger peras, pero esta vez, la dueña, una mujer mayor, vestida de negro, enjuta y ágil, austera y callada, les estaba esperando, escondida, con una buena garrota. Allí estaban los tres amigos, entretenidos entre los perales, cuando la “vieja”, a ellos les parecía “viejísima”, apareció blandiendo su bastón y gritando: ¡Sinvergüenzas! ¡Os voy a sacar las agallas!, los niños corrían y la mujer, detrás con su palo y sus maldiciones. Ninguno de los tres, recordaba bien cómo habían salido del huerto ni llegado a casa, eso era lo mejor, así podrían decir cualquier cosa, sin mentir. En todo caso, no habían recibido ningún garrotazo y había muchos huertos.
La tarde se presentaba tranquila, era domingo por la tarde y se acercaron a la muralla, encontrarían otros niños y podrían contarles la aventura. Tenían un día un poco “tonto”, no sabían muy bien a que jugar, un poco aburridos, se alegraron al ver a dos turistas, dos mujeres jóvenes extranjeras. Habían visto turistas, pocos, casi siempre eran franceses y a veces, se quedaban un tiempo, para aprender el idioma, decían.
A las dos chicas, francesas, les gustaba la muralla, como a ellos. Vienen a verla, se ve que en su tierra no tienen, pensaban. El mayor de los tres amigos, tenían 11, 10 y 8 años, se dirigió hacia ellas, en la Escuela estudiaban francés y sabía una canción y cuatro cosas del vocabulario. Ellas también sabían algo de castellano, o sea que, el que no se comunica, es porque no quiere. El niño les guio por las viejas calles, rodeando la muralla, y ellas, intrépidas turistas, deseaban subir hasta los torreones y pasear por el adarve de la milenaria construcción. Eso no era posible, nadie subía, podría ser peligroso, incluso. Pero no hay nada que frene a un niño entusiasta, él sabía cómo y por donde. Hizo que las dos chicas le esperaran, corrió y corrió hasta su casa, cogió una escalera que era tan grande como él y volvió veloz hasta donde estaban las dos turistas.
Encontró el lugar para subir, colocó la escalera y los tres, pasearon por la muralla, tal como deseaban las jóvenes. Ellas, como buenas viajeras, hacían fotos del paisaje, la ciudad, incluso de la escalera. Le dieron las gracias ¡Merci! Y le pidieron la dirección, por si volvían algún día.
El niño estaba feliz, la tarde anterior había corrido huyendo del garrotazo de la señora del huerto y esta tarde, también había corrido, para no hacer esperar a las dos turistas francesas. Mañana, les diré a mis amigos, que vayamos corriendo a la era, a ver quien llega antes, pensó, cuando volvía a casa cargado con la escalera, esta vez, despacio, la tarde había terminado y no había prisa ninguna.
Pasaron los meses y el niño, recibió una carta. Eso era algo extraordinario, los mayores recibían cartas alguna vez, pero, los niños...Era de Francia y dentro del sobre, iba una fotografía en color, era su retrato, al dorso, venía el nombre del niño, Gabriel y la fecha, 11 de abril de 1962. Era su primera fotografía en color y se lo habían enviado, él no se había dado cuenta de que le fotografiaban, distraído como estaba, con las dos chicas. Lo guardó en su carpeta azul, donde tenía todo lo valioso, él también viajaría cuando fuera mayor y haría muchas fotos , conocería ciudades y chicas francesas, saldría fuera de la muralla, fuera del valle, cruzaría el mar ( no lo conocía) que era grande y no le daba miedo,...se durmió pensando en cómo conseguir una máquina de fotos, mañana, se lo diré a los amigos... ¡Vaya sorpresa!. Solo yo tengo una foto “con colores” y encima, es mi retrato.
Carmen, he invertido un tiempo en leer tu blog y lo valoro positiva_mente, tanto por tu fértil iniciativa de canalizar tus inquietudes como por darnos acceso a curiosas anécdotas tan audaces y entrañables como por ejemplo la que compartes de Gabriel, ofreciéndonos a quienes te seguimos, la oportunidad de aprender, descubrir y, si cabe, conocerte un poquito mejor ;-)
Gracias por tu generosidad al compartir 🤗
!Ahh Carmen! ..y vaya que lo consiguió visitar el mundo y su cámara con el. Gracias por estos relatos. Besos a toda la familia, de Julia y Juan. Que tesoro la foto!!
Preciosa foto y entrañable relato.
Un abrazo Karmentxu
Que emoción me ha producido la carta inesperada!!!! Se me han caído dos lagrimones imaginando a ese niño, que es mi padre, recibiendo esa carta con la foto!! Gracias amatxu por este relato, que aunque lo conocía me ha sorprendido por como describes Ávila y cuentas la anecdota!!!! te quiero y quiero mas relatos!!!